Se despertó creyendo que caía
del lirio donde dormía.
Princesa de las hadas,
más bien, reina siempre soñada.
Asustada abrió los ojos,
el corazón a mil por hora,
hasta que el verde tacto de hoja
y el pétalo de blanco aroma
le hicieron tener los pies en la tierra.
Entrevió el estrellado cielo de semillas de sándalo
y la luna perlada donde mueren las hadas.
Rielaba su reflejo en la lágrima
que caía por la mejilla de nuestra hada,
ahora despierta, pensando en el día
en que volaría por última vez
con todas las demás hadas.
Y su madre ya no estaba,
y nunca tuvieron padre ni hermanos las hadas,
tampoco hermanas.
De las estrellas nacían
y en luz de luna perecían.
Calmado el corazón,
recordando el tierno abrazo de su madre,
siguió durmiendo nuestra hada.
Y a la mañana se levantaba pronto,
al primer rayo del alba.
Limpiaba con el rocío sus legañas
y veía, veía una vez más,
un mundo, en el que se sentía la única hada.
Y con una sonrisa, nunca olvidaba ponerse las alas.
Porque podía volar,
volar era su felicidad.
Su madre le enseñó a volar
y volaría hasta el último día,
cuando subiera al cielo lunar.
Y acabó el día
y llegó la noche,
y mientras nuestra hada se dormía,
tres flores más allá,
un hada se despertó creyendo que caía de la rosa donde dormía.